En los últimos años hemos aprendido como nuestras vidas y perspectivas pueden cambiar por completo en cuestión de días. En medio de una lenta recuperación del Covid, nadie podía imaginar que fuéramos a tener una guerra en Europa, una inflación a niveles que no veíamos desde hace décadas y falta de productos diarios como hielo.
Todos los que tenemos un espíritu emprendedor sabemos que en toda crisis hay oportunidades y que debemos mantenernos al pie del cañón sean cuales sean las circunstancias, así como prepararnos en los buenos momentos para estas situaciones. Sin embargo, realmente lo que nos hace estar listos para afrontar estos desafíos son nuestras experiencias pasadas.
Al fin y al cabo, no sabes exactamente lo que debes hacer hasta que lo vives y cuando te vuelve a ocurrir, la experiencia previa te ayuda a tomar la mejor decisión. En mi caso, la experiencia de haber fundado distintas compañías, entre ellas la fintech MONEI en 2015 me ha hecho comprender que emprender no es una tarea fácil. Pero nada que merezca realmente la pena lo es.
Por eso, quiero aprovechar estas líneas para ayudar a otros emprendedores, especialmente a aquellos que estén empezando, a tomar las mejores decisiones en momentos de incertidumbre como el actual.
No conocer con exactitud qué va a pasar es un riesgo con el que se convive. Lo importante es saber qué hacer con él. Primero hay que identificar a qué nos enfrentamos, para después trabajar en las herramientas indispensables para atajar los posibles daños que vengan.
Esta tarea es la que esculpe el perfil del emprendedor. En primer lugar, y siendo sinceros, no todo el mundo vale para ello. Es necesario asumir que vamos a fracasar. La cultura de equivocarse por el camino al éxito de un proyecto es un aspecto esencial del carácter anglosajón, referente del emprendimiento. No nos vendría nada mal adaptarlo al nuestro.
De esta manera conseguiremos ser realistas con nuestro trabajo porque sabremos qué somos, qué queremos y a qué nos enfrentemos para conseguirlo. Sin pecar de optimismo y llenar nuestras previsiones de objetivos que jamás se van a cumplir, pero tampoco cayendo en el error de la absoluta cautela. El hecho de ser demasiado prevenidos corta los posibles desarrollos de negocio que puedan surgir.
Sobre todo, porque en tiempos de crisis como los que estamos atravesando, todas estas capacidades nos ayudarán a ver la necesidad. Por poner un ejemplo más personal, MONEI surgió hace siete años cuando mi equipo y yo comprobamos las pocas posibilidades existentes para los pagos online en España y descubrimos que no había ninguna solución que conectara a los bancos nacionales con Shopify.
Vimos una demanda, tuvimos una idea y así surgió MONEI. Desde entonces, no paramos de trabajar para ir ofreciendo distintos servicios que se adapten a las necesidades actuales de los comercios.
Todas esas propuestas diferenciadoras que podamos presentar han de compartir un mismo propósito y es el de ofrecer un producto digital. En un mundo hiperconectado, las demandas de mercado que puedan surgir tienen que ser digitalizadas porque ese es el principal resultado de las crisis superadas. Además, estos servicios nos permitirán tener grandes probabilidades de escalabilidad a un coste muy bajo.
Una vez configurado todo es importante no olvidar que debemos ser flexibles. El hecho de entender que podemos cambiar de ruta, de objetivos o varios de nuestros servicios es clave para el sostenimiento de la empresa. Abrir todos los sentidos y, sobre todo, escuchar críticas que nos ayuden a construir un producto más resiliente.
Para ser resilientes también hay que ser organizados. Considerar nuestro proyecto como si de una receta de cocina se tratase y tener claro quién se encarga de cada función, cuánto nos va a costar y cómo nos vamos a financiar para conseguirlo. En otras palabras, es necesario compartimentar, estructurar y definir una organización dentro del empresa. El orden hace que todos los ingredientes encajen y consigamos un producto perfecto.
Lanzarse al emprendimiento no es fácil, es una tarea laboriosa que requiere de mucho análisis, pero los beneficios que aporta a la economía nacional son bastante significativos. La labor de un emprendedor es crear riqueza de un valor que no existía o no estaba bien integrado en el mercado. El resultado final, sin duda, repercute en un beneficio general para todos: empresas y sociedad.