Uno de cada tres euros que invierten los fondos de capital riesgo en startups en EE.UU. lo hace en Silicon Valley y sobre un total de más de 289.000 millones de euros invertidos en 2021 en este país, lo que supone el 50% de lo que se invirtió en todo el mundo. Todo esto en un área que tan solo supone el 1,8% del territorio estadounidense y una población de apenas 7 millones de habitantes e igual a la población de las cinco principales ciudades españolas.
Creo que el que fuera Premio Nóbel de Física en 1956, William B. Shockley, nunca habría pensado que, su apuesta en los años 50 por la fabricación de semiconductores de silicio en el Valle de Santa Clara en California, iba a terminar creando poco a poco el principal ecosistema de empresas tecnológicas y de innovación del mundo. Año tras año Silicon Valley sigue liderando cualquier ranking que se publica en el mundo y hasta hoy ha logrado que 165 de sus startups consiguieran ascender al “Olympo de los unicornios.” Empresas como Apple, Facebook, Google o Netflix salieron de este ecosistema de silicio y cuyo valor en Bolsa a 31 de diciembre de 2021 es equivalente a cuatro veces el PIB de España.
Desde luego si hay un modelo que se ha intentado imitar durante décadas por numerosas ciudades y regiones del mundo es sin duda éste. Todo el mundo quiere tener su propio Silicon Valley, pero no todo es oro lo que reluce, sobre todo por la desigualdad que en este mismo territorio se genera, ni existe una receta mágica para cualquier lugar.
Y si miramos hacia España, lo que sí podemos afirmar es que se ha producido una gran transformación en nuestro ecosistema de innovación y startups y que ninguna ciudad o región, aunque lo haya intentado, ha conseguido replicar un modelo como el del Valle de Santa Clara y donde la cuádruple hélice de la innovación fuera igual de efectiva que lo fue allí. Políticas públicas, empresas, universidades y el talento como pilares fundamentales y conectados. Hablamos de ingredientes y materia prima que teóricamente podrían hacer de una ciudad o un territorio atractores necesarios, que no suficientes, para que tuviéramos nuestro propio generador de unicornios.
En España nuestro “talón de Aquiles” sigue siendo conectar el valiosísimo conocimiento generado por nuestra ciencia con la innovación. Como así se demuestra año a año que, si bien somos la undécima potencia científica mundial, seguimos estando lejos en los ranking de los países más innovadores del mundo, ocupando la posición 30 en el último Global Innovation Index publicado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.
Necesitamos seguir fortaleciendo nuestro ecosistema de innovación y startups y conseguir que cada vez más ciudades generen las condiciones que hacen que, en nuestro caso la quíntuple hélice que incorpora la sostenibilidad, gire para hacernos despegar como país, atraer y retener el mejor talento y generar un crecimiento sostenible. Seguimos avanzando y no debemos parar el ritmo que llevamos y donde la creación del marco jurídico y fiscal atractivo es clave. La aprobación en diciembre de 2021 del Proyecto de Ley de Startups para favorecer el emprendimiento innovador es un elemento importantísimo en este proceso, para generar un entorno que favorezca la creación de startups y que en lugar de barreras se construyan puentes. Si bien en España las cifras mostraron en 2021 un dato récord de inversión en startups superando los 4.200 millones de euros, y ya contamos con nueve unicornios, el camino es largo y muy competitivo y aunque hayamos duplicado la cifra de años anteriores, sigue siendo pobre comparativamente al de países como EE.UU., Israel, Reino Unido, Alemania, Francia y otros países del continente asiático.
La apuesta por el fortalecimiento de ecosistemas de alto valor añadido y enfocados en una especialización inteligente es fundamental para ganar esta carrera contrarreloj en la que no se puede parar de avanzar. Sorprende ver además que en los últimos años los centros de investigación de Google o de Facebook aparecen en los rankings mundiales de investigación por delante de centros mundiales de referencia como la universidad de Stanford, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) o nuestro Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Además, en nuestro caso, la concentración de inversión entre Madrid y Barcelona es alta, ya que acumularon en 2021 el 85% de las inversiones de capital riesgo, lo que exige una apuesta por fortalecer otros ecosistemas de ciudades más pequeñas. Málaga, Valencia, Bilbao, Alcobendas o Zaragoza han logrado escalar en todos los rankings internacionales, pero no debemos de olvidar que el tamaño de una ciudad o territorio no es condición necesaria, ni suficiente, para generar un ecosistema de innovación y emprendimiento que compita a nivel internacional, como así lo demostró Silicon Valley.
Y retomo los datos que mencionaba en un principio, donde se ponía de manifiesto el valor del conocimiento y del valor añadido por kilómetro cuadrado generado por Silicon Valley. Uno de los mayores retos de la ingeniería ferroviaria, el AVE del desierto con una inversión de más de 10.000 millones de EUR, fue diseñado y construido en su mayoría por Talgo en España y en Las Rozas de Madrid, una ciudad de apenas cien mil habitantes y con uno de los ecosistemas que más están destacando en los últimos dos años. En esta ciudad se ha hecho una apuesta estratégica de largo plazo por la innovación sostenible, la tecnología y el emprendimiento y que ha sido apoyada por todos los grupos políticos, un rara avis en el panorama de nuestro país. Este creo que debería ser el camino y no se improvisa.
Quizás el futuro esté en las ciudades que piensan en grande y no en las grandes ciudades. Pensando global y actuando localmente y donde el tren del conocimiento deba volar a más de 300 kilómetros por hora.