El 'kintsugi' es una técnica milenaria japonesa que significa “reparar con oro”.
Consiste en unir y rellenar las fracturas de un objeto con oro, no para ocultarlas sino para resaltarlas. El kintsugi da una nueva vida a la pieza transformándola en un objeto incluso más bello que el original.
Esta tradición que se ha convertido en una filosofía de vida en Japón sirve como una analogía poderosa para nuestro ecosistema emprendedor. Al igual que estas fracturas, nuestros fracasos pueden ser oportunidades para aprender, adaptarnos y fortalecer nuestros negocios, sólo si estamos dispuestos a confrontarlos en retos y compartirlos en comunidad.
Durante nuestros primeros años como emprendedores, cometemos errores similares, pero solemos ocultarlos como si fueran una vergüenza.
Dejemos de sentir vergüenza por nuestros fracasos
Imaginemos un nuevo paradigma donde podamos hablar abiertamente de nuestros fracasos y éxitos. Según Harvard y CB Insights, cerca del 90% de las startups fracasan. Por otro lado, un emprendedor que emprende por segunda vez tiene un 30% más de probabilidades de tener éxito.
Si establecemos una correlación entre estos datos con la repetición de errores e incluimos una nueva variable: la transferencia de conocimiento de startup a startup (o sea compartir esos errores para transformarlos en aprendizajes), podemos inferir que la tasa de fracasos podría disminuir. ¿Qué opinas?
Entonces, hablamos de fracasos
El fracaso es más que un contratiempo; es una oportunidad de aprendizaje crucial que como todas las experiencias, conlleva emociones que en este caso suelen ser de frustración y tristeza.
No obstante los invito a considerar cada fracaso como una enseñanza sobre nuestras fortalezas, debilidades y se construye como conocimiento clave para futuros éxitos.
Algunos de los últimos fracasos que más me han impactado son historias en las que sus fundadores han asumido la situación con mucha fortaleza, compartiendo hechos de manera detallada que nos permiten aprender.
Les invito a profundizar en la historia de Volava, una startup que experimentó un dramático cambio en su valoración, pasando de 15 millones de euros a ser rescatada en un concurso por apenas 300 mil euros. Esta empresa, dedicada a ofrecer equipamiento y contenido para entrenamiento en casa, representa un caso emblemático: uno de sus fundadores narra con franqueza el proceso y las circunstancias que los llevaron a ser adquiridos a un precio significativamente reducido.
Consideremos también el caso de María Echeverri Gómez, fundadora de MUNI. María comparte su historia en primera persona, sin rodeos y con todos los detalles, reflejando sus aprendizajes. La startup colombiana, que no logró cerrar una Serie B de financiación para continuar operando, cerró sus puertas en noviembre de 2022 tras 2.5 años de actividad. Con más de 300 empleados y habiendo obtenido más de 27 millones de dólares en inversión, MUNI marcó un hito en América Latina al lograr el mayor levantamiento de fondos liderado por una mujer en la región.
Finalmente, está la reciente historia de Buo, que, a pesar de tener un term sheet de 2 millones de euros, terminó cerrando sus puertas. Uno de sus fundadores comparte con transparencia el proceso vivido por los tres socios, entre cambios de dirección y dificultades, muchas de las cuales trascienden la simple dicotomía de una buena o mala gestión. Estos relatos no solo exponen los desafíos inherentes al emprendimiento, sino que también subrayan la importancia de compartir estas experiencias para aprender de ellas.
Y así tantos otros silenciosos fracasos de los que no se habla. Compartir fracasos es compartir experiencias, es transmitir consejos y si además, esta información que es tan dinámica la pudiéramos sistematizar y poner a disposición de la comunidad emprendedora es muy probable que comencemos a evitar la pérdida de millones de euros y logremos aumentar la supervivencia de nuestras startups.
Vivimos en una cultura de innovación y superación constante, lo cual implica asumir fracasos.
Pero es crucial diferenciar entre fracaso y vulnerabilidad. Hemos confundido la idea de exponer nuestros fracasos al mercado con hacernos vulnerables, cuando no es lo mismo. Hablar de cómo tu startup no funcionó o cómo tu producto no tuvo éxito no es igual que indagar en cómo te sentiste al respecto o en cómo fallaste específicamente como líder — hay un grado de separación ahí.
Aquí está la diferencia entre hablar de fracasos y ser verdaderamente vulnerable: La vulnerabilidad es necesariamente personal, mientras que el fracaso no lo es. No debemos confundir ambos.
No te limites a leer sobre ídolos de la industria — inspírate también en los fundadores que te rodean. Necesitas escuchar las historias desde las trincheras que te ayudarán a seguir adelante.
Recuerda:
1. No eres el único que ha fracasado.
El fracaso no es un juicio sobre quién eres. Recuerda, tu valor como emprendedor no se mide por el éxito o fracaso de un proyecto. Tu no eres tu startup, y no has fracasado como emprendedor. Ha fracasado tu emprendimiento. Diferenciar esto es clave para mantener una perspectiva saludable y constructiva.
2. Lo único que debes a tus inversores es tu mejor esfuerzo.
Si tu empresa fracasa, no tienes que compensar a tus inversores. No les debes nada, a menos que realmente no lo hayas intentado. Esta realidad, aunque dura, es una parte fundamental del mundo del emprendimiento
2. Adopta una mentalidad de crecimiento.
El fracaso puede ser algo que te sucede, o puede ser algo de lo que aprendes. Pero eso no ocurre por ósmosis; requiere mucho esfuerzo concentrado y dedicación para descubrir las lecciones.
Con una mentalidad fija, verás el fracaso como un juicio sobre toda tu vida. Pero con una mentalidad de crecimiento, lo verás como una increíble oportunidad para aprender.
Si no construimos sobre el conocimiento de por qué fracasamos, entonces todo el esfuerzo que tomó fracasar se desperdicia. Si no damos un paso adelante para tomar otro intento, desperdiciamos la paliza que nos dimos, desperdiciamos el potencial que nuestro fracaso presenta.
El fracaso no es algo bueno
El fracaso no es algo bueno. No deberíamos sentirnos cómodos con la posibilidad de fracasar. Aunque el fracaso de una startup pueda ser común, los fundadores nunca deberían sentirse cómodos con esa posibilidad. Es esencial mantener un equilibrio entre asumir riesgos y ser consciente de sus posibles consecuencias
El riesgo de quebrar, de que la gente pierda sus empleos y otros pierdan su dinero, eso nunca debería ser algo con lo que un fundador se sienta a gusto. Fracasar debería doler, y debemos aprender de nuestros errores para construir sobre ellos.
De experiencia en experiencia construimos nuestra resiliencia preparándonos para futuros desafíos.
Como emprendedores, enfrentamos diferentes caminos, algunos con tasas de fracaso mucho más elevadas.
Necesitamos encontrar una nueva manera de emprender donde dejemos de ser 9 de cada 10 que fracasan. Compartir nuestros fracasos es esencial para aprender de forma colectiva y exponencial.
Agradezco a los valientes que comparten sus historias y aprendizajes. Gracias a ellos, la nueva generación de emprendedores puede aprender de los errores del pasado. Espero que, con el tiempo, haya menos fracasos y mucho más aprendizaje, conduciendo a mejorar la tasa de éxito en nuestra industria.
Lejos de ser un callejón sin salida, el fracaso es un escalón necesario en el camino hacia el éxito.Tenemos que ayudarnos pues ya está comprobado que en comunidad lo hacemos mejor.
Cada fracaso, al igual que el 'kintsugi', deja una grieta que merece ser contada y valorada. En nuestras historias y cicatrices se halla el verdadero "oro del emprendimiento".
Poco vamos a aprender si sólo seguimos compartiendo éxitos.