Cuando hablamos de personas que están cambiando el mundo, lo más común es reconocer la labor de figuras internacionales como Elon Musk, Steve Jobs, Zhang Yiming o Jack Ma. Y nos parece que la disrupción, esa capacidad para romper el statu quo y reinventar industrias, es patrimonio casi exclusivo de Silicon Valley. Sin embargo, Europa y España también han dado ejemplos brillantes de ideas que han cambiado nuestro mundo: uno de ellos sería Spotify (Suecia), que transformó la industria musical, Flywire (España) que hizo accesibles y transparentes procesos de pago complejos o Glovo (España), que fue pionera en el Q-commerce. Aun así, la percepción persiste, y esto se debe principalmente a que mientras en Estados Unidos se admira a los emprendedores, en España se admira a los funcionarios (la inmensa mayoría, que no es probablemente los que estáis leyendo esto).
Aclarado este punto, dejemos claro que la resistencia a la disrupción, algo que no es únicamente un problema español, sino europeo, y se debe a varios factores Uno de ellos sería una legislación comunitaria que prioriza la protección social y laboral, sin duda valiosa en términos humanos, pero que a menudo desincentiva el riesgo y dota de menos libertad. En Estados Unidos se da libertad al emprendedor; en Europa, se protege al trabajador. Esto no quiere decir que necesariamente sea mejor la opción de Estados Unidos a nivel sociedad, pero sí que estimula más la innovación.
A ello se suma un arraigo cultural: en España, la ambición rara vez se mide por la creación de riqueza sino por la calidad de vida. Esta mentalidad, tan positiva para el bienestar diario, puede chocar con la lógica agresiva que necesita la disrupción: asumir riesgos, tolerar fracasos y atreverse a volver a intentarlo. Hay un tema importante de incentivos en la cultura española. Generalizar no es siempre lo más adecuado, pero la ambición de los españoles no es tanto ganar el último euro si no cómo vivir bien y tomarse el aperitivo o el pincho los viernes.
España es una sociedad con poca desigualdad ya que hay muy poca gente que lo pase realmente mal debido al colchón público, lo que sumado a los pocos incentivos culturales y sociales no fomenta el buscar una riqueza extrema a costa de sacrificar tiempo. Un ejemplo a pequeña escala, pero no menor, es que los principales emprendedores españoles que han hecho buenos exits, vuelven a lanzar una startup por motivación intelectual, no económica. Por ejemplo, Javi López con Magnific.
Por otro lado, uno de los mayores obstáculos en España es la baja tolerancia al fracaso corporativo. Pese al manido discurso sobre “equivocarse rápido y barato”, la realidad es que en muchos departamentos de innovación se exige rentabilidad inmediata y alineación total con el negocio principal.
Esto limita las ideas verdaderamente revolucionarias y nos condena a una innovación “controlada”, que mejora procesos, pero rara vez transforma industrias. Además, los sistemas de incentivos internos premian la prudencia y la optimización a corto plazo: el bonus anual o por el otro lado el riesgo a ser señalado/degradado (el despido no es muy habitual en ESP) pesa más que la posibilidad de crear algo nuevo. Así, la innovación disruptiva acaba siendo una excepción heroica, no una estrategia empresarial consolidada.
A nivel estructural, la burocracia, la rigidez legal y los incentivos fiscales insuficientes forman un auténtico laberinto para quienes quieren innovar. Y esto se debe a que, en la mayoría de los casos, los trámites para lanzar proyectos disruptivos son demasiado farragosos. A ello se suma la escasa protección de la propiedad intelectual y la falta de apoyo real a la inversión en tecnología.
Sin embargo, hay motivos para el optimismo. El sector asegurador, tradicionalmente conservador, está siendo ejemplo de diversificación e innovación en España. Es verdad que suelen contar con un negocio estable y muy buenos resultados económicos, pero no deja de ser un sector “tradicional” y regulado. Para mí es un soplo de aire fresco hablar con los empleados involucrados en proyectos de innovación de importantes aseguradoras nacionales y comprobar las ganas y el espíritu que tienen de lanzar nuevos negocios.
Por concluir, España tiene gran talento, calidad de vida y somos muy trabajadores (en contra del viejo mito). Pero sin un entorno que los potencie, esos valores no van a hacer crecer la productividad. Así que es hora de reformar las reglas del juego: trabajar la mentalidad (Esto lleva más tiempo), regulación e incentivos, para que la innovación no sea la excepción, sino la norma. Y, sobre todo, cambiar la idea de que la inversión rentable es solo en ladrillo, porque hasta que eso no pase seguiremos posponiendo la verdadera disrupción que nuestro país necesita.