En menos de cinco años pasé de subirme al escenario de South Summit convencido de que mi «tiburón interior» iba a transformar la cadena de suministro agroalimentaria a sentarme frente a cincuenta personas—la mitad de ellas con lágrimas en los ojos—para anunciar el cierre de Harbest. Y entre ambos momentos descubrí que levantar rondas, salir en prensa y colgarme la etiqueta de CEO no sirven de nada cuando la ansiedad te impide dormir, la auto-exigencia te vuelve irascible y el cuerpo te pide parar.
De la corporación al emprendimiento
Desde pequeño, siempre fui una persona inquieta. El fútbol canalizaba mi intensidad, aunque a veces mi competitividad me llevaba a extremos—como sentarme en medio del campo, paralizando un partido. Esa misma pasión me llevó a estudiar Administración de Empresas y a querer ser CEO de una empresa del IBEX.
Siguiendo el consejo de mi mentor, entré en consultoría para "aprender de diferentes clientes y directivos", y así, con 23 años me encontré ganando 45.000 euros y con un futuro "prometedor".
Pero todo cambió cuando asistí a esos famosos “First Tuesday” del Callejón de Serrano. Allí vi a personas en zapatillas y vaqueros hablando de propósito e innovación, y pensé: "Esto sí que es impacto, esto sí que es tomar el control de tus decisiones". En ese momento supe que quería estar del otro lado y decidí emprender.
El coste oculto del éxito
Arranqué Harbest con 24 años, en el salón de casa, junto a mis mejores amigos Mario Rey y Santiago Azurmendi. Pusimos 4.000 € cada uno y prometimos conectar directamente a restaurantes con agricultores. Aquel MVP nos llevó a cerrar una ronda seed de 1M €. Y en poco tiempo éramos cincuenta personas, atendiendo a miles de cocinas.
Mientras la empresa crecía, yo me apliqué la receta aprendida en consultoría: trabajaba de lunes a domingo, de 7 a 22h. Dejé el deporte, los amigos, a mi novia. Ni siquiera comía bien. Y lo peor: esperaba que todo mi equipo siguiera el mismo ritmo.
La cultura que construimos en Harbest durante esos primeros años era un reflejo de mi comportamiento como CEO: extremadamente orientada a resultados, con un estilo agresivo y autoritario, sin empatía. Esta forma de trabajar nos permitió avanzar rápido, pero no era sostenible. El estrés, el insomnio y la irritabilidad se volvieron mis compañeros habituales.
Mi punto de inflexión
Con 25 años, empecé a tomar pastillas para dormir. Mi inestabilidad emocional era tal que mis propios socios me dijeron: "El equipo siente miedo cuando entras en la oficina, no se atreven a pedirte cosas porque temen que saltes". Me había convertido en alguien que generaba temor. Mi obsesión por los resultados había eclipsado todo lo demás: solo valoraba el resultado final.
La salvación llegó en un South Summit, donde conocí a una coach ejecutiva. Cuando me preguntó "¿Tú cómo estás a nivel personal?", algo se quebró en mí. Nadie me lo había preguntado antes. La soledad del CEO es real, y en ese momento lo experimenté con toda su crudeza.
Me marcó tanto que accedí a recibir coaching, aunque escéptico y, en una sesión, mi coach me recomendó alejarme para reflexionar. Tres días después, me fui solo a hacer el Camino de Santiago. Fue la primera vez que disfruté del silencio, que reflexioné profundamente sobre quién era, qué quería, cómo eran mis relaciones y hacia dónde quería llevar mi compañía y mi vida profesional.
La transformación personal y empresarial
El Camino marcó un antes y un después en mi. Comencé a meditar, a escucharme, a cambiar hábitos destructivos. Aunque ya sabemos que deshabituar es difícil. Intenté también transformar la cultura de Harbest: implementé la salida a las 6:30, prohibí correos en fines de semana, recomendé la meditación. Mi propio equipo comenzó a llamarme "el hippie".
Aun así, los números no perdonaban: Harbest enfrentaba problemas financieros. Habíamos cambiado el modelo de negocio, pasando de nicho a volumen. A pesar de un sprint exhaustivo para corregir el rumbo, las cosas no mejoraron. En Abril 2024 reconocimos que seguir levantando capital solo aplazaría el problema y decidimos publicar en LinkedIn un «Hoy decimos adiós».
La vulnerabilidad como fortaleza
Si algo me ayudó a afrontar el cierre fue haber trabajado previamente la vulnerabilidad. El CEO todopoderoso aprendió a abrirse, a expresar sus sentimientos, incluso a llorar en reuniones cuando la compañía no iba bien.
Esa vulnerabilidad me permitió empatizar con el equipo y, lo más importante, que ellos empatizaran conmigo. Cuando llegó el momento del cierre, ya llevábamos meses de comunicación transparente, de visibilidad, y había una comprensión mutua que facilitó un proceso de por sí doloroso.
Mi primera reacción al decidir cerrar fue de alivio: me quité una mochila de hierro. Después, me comprometí a minimizar el impacto, dedicándome durante un mes y medio a buscar trabajo para todos mis compañeros. Ese era mi único KPI: que todo mi equipo estuviera colocado lo antes posible.
“El emprendedor sin empresa”
Tras el cierre, decidí tomarme tres meses para desconectar y descansar. Aunque mi primer error fue ponerme una fecha límite: el 2 de septiembre volvería a Madrid "a comerme el mundo de nuevo, renovado".
Me fui a mi pueblo, con mi abuela, con amigos agricultores que no me valoraban por mis éxitos profesionales. Pero lo que comenzó como desconexión se volvió un infierno interno. Empecé a dudar: "No vas a conseguir tus objetivos, no eres nadie".
En ese estado de baja autoestima, los consejos bienintencionados —"busca un trabajo normal", "baja tus expectativas"— comenzaron a afectarme. En momentos de fortaleza los habría descartado, pero en mi fragilidad, me cuestionaban profundamente.
Al acercarse la fecha que yo mismo había fijado, la ansiedad aumentaba porque me veía cada vez peor. Llegó el 2 de septiembre y, por primera vez en mi vida, me encontré procrastinando. Yo, que siempre había juzgado duramente a quienes no mostraban proactividad, responsabilidad o ambición, estaba exactamente en ese estado.
Fue entonces cuando entendí que la proactividad, la ambición, la responsabilidad, no son características permanentes de una persona, sino estados. Y que juzgar a alguien por no estar en ese estado, sin entender su situación emocional, es profundamente injusto.
El camino hacia la recuperación
Actualmente, estoy mejor, pero sigo en alerta. Recibí llamadas para hacer consultoría a startups, lo que ha elevado mi autoestima, pero sé que no es la solución definitiva. Estoy "dopado" de autoestima por un reconocimiento externo, pero no he logrado recuperarla por quién soy, no por lo que hago.
Mi gran desafío ahora es sanar completamente antes de volver a emprender, algo que sé que haré tarde o temprano. Cuando llegue el momento, quiero estar preparado emocionalmente, porque tengo claro que el próximo proyecto estará alineado con mi propósito vital: contribuir a la educación, uno de los mayores motores de cambio social.
El propósito renovado
Para mí, la felicidad es disfrutar al 100% de tu vida, donde nada te quita energía. Es poder ser tú mismo en todos los contextos, sin máscaras ni expectativas ajenas.
Mi próximo emprendimiento no será por dinero, sino por propósito. He decidido enfocarme en la educación, uno de los mayores motores de cambio social. Quiero dedicarme a algo donde me vea los próximos 30 años sin necesitar un exit, porque estaré generando el impacto que deseo.
Porque al final, cuando buscaba libertad emprendiendo, acabé convirtiéndome en esclavo de mi propia empresa. Y eso no me volverá a ocurrir.