La primera vez que se acuñó el término fintech fue a principios de la década de los 90 cuando la empresa Citigroup anunciaba un proyecto que digitalizaba los servicios financieros. Con el posterior desarrollo de las tecnologías de la información y el lanzamiento del primer smartphone de la historia en el año 96, el “Nokia 9000 communicator”, las fintechs comenzaron a penetrar con mayor fuerza en el mercado, cambiando el paradigma de la industria como hasta entonces se conocía.
La revolución tecnológica ha ocasionado que, actualmente, más del 63% de la población mundial tenga conexión a internet y que los smartphones representen cuatro de cada cinco teléfonos móviles en uso, según un estudio de We Are Social. Según datos del Banco Mundial, todavía existen 1.400 millones de adultos en el mundo que no están bancarizados. Las personas que no tienen cuenta bancaria suelen estar en situación de vulnerabilidad económica y ser habitantes de zonas rurales o de países en desarrollo, por lo que no tienen acceso a sucursales bancarias físicas para gestionar sus finanzas. Lo común de este perfil de población es que tengan antes acceso a un smartphone que a una cuenta corriente.
Uno de los obstáculos más grandes que han de afrontar las personas al llegar a un nuevo país es acceder al sistema bancario del mismo. En muchos casos, los migrantes se ven envueltos en un proceso complejo, tedioso y lento que les imposibilita tener cuenta bancaria y poder cubrir sus necesidades básicas. Asimismo, en sus países de origen, la escasa bancarización provoca que se cobren unas comisiones desorbitadas por el envío de remesas, teniendo en cuenta que es un fenómeno que afecta a una de cada siete personas en el mundo y, tan solo en Latinoamérica, pueden llegar a representar hasta el 20% del PIB de un país.
Las soluciones financieras digitales tienen el potencial de cambiar esta realidad. Pero uno de los grandes factores que obstaculizan la incorporación de estas soluciones en la vida de las personas es la desconfianza a que su dinero sea gestionado por otra entidad que no sea un banco tradicional, que inteligentemente han hecho enormes campañas para ser asociados a términos como seguridad y protección.
Este miedo de los consumidores ante lo desconocido es frecuente en las fases iniciales de cualquier innovación tecnológica. En el caso de las fintech, los reguladores tienen un papel crucial para conseguir que las personas confíen en estas plataformas y las perciban como alternativas seguras, viables y justas. El aval de un ente público es un sello de calidad y transparencia imprescindible para garantizar que la compañía cumple con las normativas pertinentes para operar en el mercado.
La regulación demuestra que la fintech ha superado un análisis exhaustivo de sus medidas de protección de usuarios, el manejo de sus datos personales y que cumple con los requisitos para la prevención de fraudes y delitos financieros.
Un ejemplo del impacto positivo que pueden tener las regulaciones en la confianza de los usuarios es Estados Unidos. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la ONU, este país figura entre los principales con mayor adopción de las soluciones fintech en los últimos años. Es interesante analizar que el ente regulador de las fintech norteamericano tiene uno de los enfoques más acertados del mundo, prioriza la ordenanza de las empresas para garantizar su transparencia.
El efecto de estas medidas aplicadas se ve claramente en un estudio realizado por Plaid y The Harris, en el que se demuestra que los consumidores millennials ahora tienen casi el mismo nivel de confianza en los proveedores financieros no bancarios (75%) que en las instituciones financieras tradicionales (79%). Lo que más sorprende es que la Generación Z, asegura tener mayor confianza y preferencia por las fintech por delante de los bancos, un 66% frente a un 63%.
Más allá de la comodidad, asequibilidad y sencillez de estas soluciones, estos avances ayudan a eliminar las barreras que excluyen a millones de personas de los servicios financieros. Sin embargo, para que su disrupción llegue a todos los estratos de la sociedad, es fundamental la confianza del consumidor. Esta solo llegará con la validación de los reguladores y supervisores. Por ello, contar con reguladores dispuestos a escuchar y ayudar a los emprendedores es igual de importante que contar con los visionarios detrás de estas disrupciones. Por suerte, en España contamos con reguladores y supervisores a la vanguardia en innovación y abiertos al cambio.