Hace unos días vi una escena que ya casi nos parece normal. Una cafetería con wifi rápido, mesas altas, portátiles abiertos, auriculares. Tres emprendedores frente a la ventana: gesto serio, ceño fruncido, dedos volando sobre el teclado. Detrás del cristal, una niña corriendo detrás de una pelota. Dentro, nadie levanta la vista. No es falta de ganas. Es costumbre. Es el entorno.
En algún momento, sin darnos cuenta, decidimos que emprender era sinónimo de estar sentados mirando pantallas. El éxito dejó de oler a taller, a calle, a manos en movimiento, y empezó a oler a café de especialidad, coworkings y notificaciones.
Todo lo que te rodea está diseñado para que apenas tengas que moverte: el ascensor te espera, la comida llega sola, las reuniones son por Zoom, las firmas por mail, incluso el gimnasio te manda rutinas al móvil para hacer, otra vez, en una habitación. Cada fricción se elimina, cada esfuerzo físico se delega en un servicio. El resultado es sutil: el cuerpo sale del plano. Ya no pinta mucho en el relato.
La sociedad del cansancio no solo te pide más resultados; también te coloca en un escenario donde moverte parece casi una pérdida de tiempo. Trabajas sentado, comes sentado, te reúnes sentado, “descansas” sentado, y cuando el cuerpo protesta, lo apagas con cafeína, azúcar o más pantallas.
Lo curioso es que no te sientes destruido de golpe: te vas notando un poco más plano cada mes. Menos ganas de experimentar, menos impulso para cambiar cosas, menos entusiasmo por proyectos que, en teoría, te encantan.
Vivimos de cuello para arriba. La cultura emprendedora aplaude la mente brillante, la estrategia, la visión, las ideas. Y claro que son clave, pero el mensaje oculto es peligroso: tu cuerpo se convierte en mero soporte para tu cerebro y tu portátil. Una especie de trípode que te lleva de la cama a la silla y de la silla al sofá.
Comer con una mano mientras respondes mensajes con la otra. Llamar “descanso” a cambiar de pantalla de Excel a Instagram. Hacer networking sin moverte de la silla, a golpes de mensajes de LinkedIn. No es vaguería. Es diseño. El ecosistema está construido para que olvides que estás hecho de carne, y no de código.
El precio llega disfrazado. No siempre es un burnout de película. A veces es irritarte con tu equipo por detalles mínimos. O posponer decisiones importantes porque “no tienes cabeza para eso ahora”. O perder la capacidad de sorprenderte, de jugar, de probar cosas nuevas.
El cansancio de este entorno no solo agota, sino que encoge: te convierte en una versión más estrecha de ti mismo, que cumple, produce y responde, pero cada vez se siente menos dentro de su propia vida.
La buena noticia es simple: tu cuerpo no está viejo, está aburrido. No es que hagas menos porque estés cansado; muchas veces estás cansado porque haces cada vez menos con él. Y la sociedad del cansancio, con su promesa de eficiencia infinita, te lo pone en bandeja.
Este texto no pretende darte una lista infinita de hábitos, ni venderte una nueva obligación en tu agenda ya desbordada. Solo quiere dejar una imagen grabada: tú, emprendedor, sentado frente a la pantalla mientras la vida pasa al otro lado del cristal.
A partir de ahí, la solución puede empezar con gestos ridículos: levantarte más veces al día, hacer una llamada caminando, mirar un rato por la ventana sin tocar el móvil, salir a pensar una decisión importante dando un paseo.
No es heroísmo. Es recordar que sigues vivo. Que tu cuerpo no es un estorbo para tu proyecto, sino el motor silencioso que le da sentido. Y que tal vez el verdadero acto de rebeldía, en esta sociedad que te quiere siempre cansado y conectado, sea tan simple como levantarte de la silla.
By Ancla.life